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Pabellón dorado y Fushimi Inari | Japón día 10 - Saboreando el Mundo
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Pabellón dorado y Fushimi Inari | Japón día 10

En el décimo día de viaje, regresamos a Kioto con muchas ganas. Después de haber cargado las pilas el día anterior, nos levantamos muy temprano. Nuestra primera parada en Kioto era el Kinkaku-Ji o Pabellón Dorado, uno de los muchos famosos templos de la antigua capital de Japón.

A sabiendas de que las colas suelen ser largas y el Pabellón Dorado se llena de gente enseguida, nos propusimos llegar los primeros. Desde la estación de Kioto, cogimos otro tren Japan Rail hasta la estación “Emmachi” y luego subimos por una avenida principal hasta llegar al Pabellón Dorado.

También se puede coger un autobús desde la misma estación, o alquilar una bicicleta. Una vez allí…nos pusimos a la cola. El templo abre a las nueve, y a las ocho y cuarto ya éramos alrededor de veinte personas esperando. Diez minutos más tarde, calculo que éramos casi cien.

A las nueve, puntuales como siempre, abrieron el portón de madera de la entrada principal del Pabellón Dorado. Después hay que cruzar el patio y ponerse a la cola de la taquilla. Hay taquillas para grupos y para particulares. Pensad que la cola de fuera no sirve para nada, si no marcas un buen ritmo, es muy fácil que se te cuelen antes de llegar a la taquilla. Una vez con la entrada, aceleramos el paso. Ya que habíamos madrugado, queríamos una foto del Pabellón Dorado sin un montón de cabezas extrañas como extras.

Nos plantamos delante del estanque con el Pabellón Dorado de fondo. Por muchas fotos que hayas visto, no puedes imaginarte lo que se siente al verlo en persona. Y los jardines y el lago en calma a su alrededor. Aunque ese momento de paz duró solo unos minutos, ya que una avalancha de gente llegó para buscar su sitio. Conseguimos fotos de primera fila, y seguimos con la ruta.

Una de las cosas que menos nos gustaron del Pabellón Dorado, es la falta de libertad al recorrerlo. En todo momento sigues una ruta marcada, y la gente que va detrás de ti te va empujando hacia la salida. Volver atrás es una misión imposible, así que encargaros de marcar vuestro propio ritmo, y disfrutad de cada rincón.

No solamente el Pabellón Dorado es impresionante; El estanque, las carpas, las cuevas, las fuentes…todo es increíblemente bello. Aún tomandonoslo con calma, en media hora estábamos en la salida.

Nuestra siguiente parada era el bosque de bambú. Regresamos a la estación de tren, y como habíamos desayunado muy temprano, no pudimos resistirnos a entrar en una panadería. Las panaderías japonesas son como jugar a la tómbola, aunque en este caso siempre sales ganando. Compras algo que tiene muy buena pinta, aunque no sabes exactamente de que es. Lo que es casi seguro, es que será algo original y que estará buenísimo. Compramos un donut, y un bollo, que más bien parecía un tonkatsu (carne empanada con panko). Mientras esperábamos nuestro tren, probamos el bollo y…¡sorpresa! Estaba relleno de curry. La masa era como de donut, rellena de salsa de curry, rebozada con panko y frita.

Con la barriga llena y las manos aceitosas, llegamos a la estación de Arashiyama, a pocos metros de la entrada al bosque de bambú. En la salida de la estación se pueden alquilar bicicletas para recorrer el bosque y sus alrededores, aunque a pie no es muy pesado de hacer. Una vez ahí, nos sumimos en la oscuridad.

Las plantas miden, al menos, veinte metros, y se van cruzando entre ellas, lo que hace que casi no entre la luz. Aunque haya mucha gente, no es un lugar en el que te sientas agobiado por la multitud. La gente está en calma, paseando y disfrutando del frescor y del ambiente totalmente mágico del lugar.

Muy a menudo te cruzas, o te adelanta, un “Rickshaw”. Es impresionante ver la técnica con la que hombres, normalmente jóvenes, tiran de estas carretas. Dentro del bosque de bambú hay algunos templos y cementerios en los que hacer una parada.

Casi en la salida del bosque, está la entrada del “Okochi Sanso”, uno de los jardines más bonitos de Kioto. Nosotros pasamos de largo, simplemente por los 1000YEN de entrada y porque íbamos un poco justos de tiempo.

Al salir del bosque, nos encontramos en el parque “Kameyama-koen”, y subimos a una colina por unas escaleras, desde donde tuvimos el privilegio de tener unas fantásticas vistas sobre el río Hozu, sin mucha compañía, de paso sea dicho.

Al otro lado del río, se encuentra el famoso parque de los monos, lleno, como su nombre indica, de monos en libertad. Aunque lo más impresionante son las vistas, y la subida!! Si no se está en forma, mejor no intentarlo. Nosotros no subimos, no por no estar en forma, si no por la falta de tiempo.

Una vez de vuelta al parque, seguimos paseando hasta llegar a la orilla del río, donde ya se podía ver el famoso puente Togetsukyo. De camino al puente, pasamos al lado de varios Izakaya llenos de gente de la zona, especialmente hombres mayores, que ya, a esas horas del mediodía, se habían pasado un poco con la cerveza y el sake…

El puente Togetsukyo cruza el río Hozu, y crea una preciosa imagen con las montañas, el río y las casas tradicionales de alrededor.

Decidimos dirigirnos ya hacia el centro para ir a comer, y andamos por la calle principal que sigue desde la salida del puente hasta la estación de Arashiyama. Esa calle está llena de tiendas de souvenirs y de restaurantes. Nosotros hicimos una parada para comprarnos unos palillos japoneses y complementos, como una funda de tela y unos “Hashioki” (base para apoyar los palillos). En la misma tienda, e incluido en el precio, nos personalizaron los palillos con nuestro nombre (o eso queremos creer).

Después de salir de la tienda, igual que dos niños salen de una tienda de chucherías, fuimos a coger el tren. Nos bajamos en la estación de Nijo y nos dirigimos al Mercado Nishiki para comer allí. Tardamos alrededor de media hora en llegar al mercado andando. El Mercado Nishiki es como el Kuromon de Osaka, lleno de puestecitos para comprar o comer, sobretodo pescado.

También es un lugar muy popular entre los turistas, así que quizá por ello ha perdido bastante autenticidad, pero sigue siendo un lugar fantástico para probar esos raros snaks japoneses. Personalmente, nos gustó bastante más que el Kuromon de Osaka. Comimos pescado ensartado a la parrilla, con vinagre. El pescado estaba muy tierno y mantecoso, para nada reseco.

En la misma parada tenían pinchitos de gorriones… da un poco de impresión, pero cuando visitas otro país, te das cuenta de que para lo que unos es una comida habitual, para los otros es una aberración. A parte de que parecía todo hueso, no sé como se lo comerán…

Después del pescado comimos pulpito agridulce con huevo dentro de la cabeza. Peculiar pero bueno. Al menos vale la pena probarlo.

Comimos, también, un calamarcito relleno, que no nos acabó de convencer.

Una de las mejores comidas rápidas, que probamos en varias ocasiones, y que siempre nos encantó, fueron las empanadillas al vapor. En este caso la probamos rellena de guiso de ternera.

Y por último una tempura de verdura nada recomendable. Aunque nos la calentaran un poquito, estaba aceitosa y remullida. Nos dejó mal sabor de boca.

En todo el día, desde que nos levantamos, no nos habíamos sentado, y llevábamos ya unos cuantos quilómetros a cuestas. De camino al castillo Nijo, detrás de un precioso y escondido templo budista, paramos a tomar un café en un Starbucks.

La pared posterior del edificio era una gran cristalera que daba al templo que acabábamos de cruzar.

Nos sentamos a beber nuestra ya oficial bebida Starbucks en japón: Café con hielo, nata, sirope de arce y nueces caramelizadas: versión Halloween!

Pocos minutos después nos arrepentiríamos de nuestra pequeña parada… Cuando llegamos al castillo Nijo…hacía menos de cinco minutos que habían cerrado las taquillas. Fue un chasco inmenso, ya que nos hacía muchísima ilusión visitarlo.

Rodeamos el castillo, que era lo único que podíamos hacer, y fuimos a coger el tren. Esta vez para plantarnos en nuestro destino final: el Fushimi Inari.

Llegamos un poco antes del atardecer al famoso templo. Estaba lleno de gente. Compramos un trozo de piña fresca para coger fuerzas, y empezamos el ascenso a la montaña. El primer tramo, el más famoso, donde se bifurcan las “Toriis”, estaba lleno a más no poder de gente. Hacer fotos sin que un extraño se te cruzara en ellas era algo imposible. Tanto es así, que nos agobiamos y quisimos salir de ahí inmediatamente.

Una vez superado ese tramos, la cantidad de gente se reduce drásticamente. A partir de ahí, el paseo fue mucho más agradable. Rincones escondidos, el cambio de luz y la luz tenue, templos, bosque…

Las fotos salían por si solas, y la mayoría sin desconocidos en ellas.

Cuanto más avanzábamos, menos gente encontrábamos en el camino. Hasta que llegó un punto, ya en el ascenso final, que hasta daba miedo. Hay un momento en el que el bosque se despeja un poco, y hay unas vistas preciosas sobre la ciudad.

Después de eso, hay un cruce en el que salen dos caminos más, aparte del camino por el que se llega, y hay un templo. Nosotros escogimos el camino que sigue recto por donde veníamos, aunque más tarde nos daríamos cuenta que ese era el de vuelta. Pero la verdad es que tanto más da.

Llegamos al templo superior, donde empieza el camino de vuelta, y estábamos completamente sin aliento y empapados en sudor. El calor, la humedad y el camino nos dejaron destrozados. De repente aparecieron una pareja de japoneses, que habían subido corriendo, dieron un par de palmadas, y a correr camino de vuelta como si nada. Nos quedamos estupefactos!

Descansamos un poco y nos pusimos a descender. El camino está rodeado de bosque. Bosque en el que hay zorros, jabalíes e incluso osos, así que cada vez que oíamos algo entre los arboles, se nos cortaba un poco el aliento. Eso, sumado a la cantidad de tumbas y altares que te vas encontrando, con las estatuas de zorros, hace que tu paso sea acelerado y no pares ni a respirar un segundo.

Llegamos abajo en poco tiempo, y ya no quedaba casi nadie. La imagen no tenía nada que ver con la que habíamos encontrado al llegar.

Cogimos el tren y regresamos a la estación de Kioto, en dónde subimos a la última planta a encontrar un restaurante que nos diera buena impresión.

Después de un par de vueltas a la sección de restaurantes y de sopesar varias opciones, nos decantamos por probar los “Soba” en el restaurante Mimiu.

Nos sentamos en unas sillas que había para esperar turno, detrás de unas cinco o seis personas, y una de las camareras nos acercó una carta en inglés. Aunque nosotros, gracias a la exposición del aparador, ya habíamos elegido lo que más nos apetecía. La espera duró apenas diez minutos.

Nos sentamos en una mesa cerca de la cocina y pedimos dos cervezas fresquitas. Aún estábamos acalorados de la caminata que nos habíamos pegado. Pedimos Soba fríos con tempura.

Los soba son fideos finos hechos con harina de alforfón. Se pueden comer calientes, en caldo, o fríos, mojandolos en una salsa oscura.

Llegó nuestra bandeja. Los Soba en un “plato” cuadrado de madera, sobre una esterilla para absorber la humedad. Simples.

La tempura, en un plato a parte. Dos gambas (de esas enormes japonesas), un trozo de calabaza y una hoja (no sé de que planta exactamente). La presentación era muy simple, pero muy cuidadosa. La camarera, con un inglés muy limitado, nos enseñó como se deben de comer los Soba con la salsa fría.

La salsa, una mezcla de salsa de soja, mirin y azúcar, se echa de una jarra pequeña a un bol y se añade la cebolleta, y el nabo rallado. Se mezcla y se sumergen los fideos en ella, para que se empapen. Simple, y DELICIOSO. Pasó de ser un plato que no nos llamaba demasiado la atención, a ser uno de los favoritos de nuestro viaje. La tempura, por otro lado, estaba crujiente por fuera, y melosa por dentro. Todo estaba cocinado en su punto.

El día en Kioto fue increíble, uno de los mejores del viaje. El Pabellón Dorado, Arashiyama con el bosque de bambú, el paseo al lado del río y el puente Togetsukyo, y por último el Fushimi Inari. Sin olvidarnos de la deliciosa cena que nos pegamos, ya que, una vez más, la estación de Kioto fue nuestra salvación para cenar. Y que bien que cenamos!

Si queréis saber que hicimos en nuestro primer día en Kioto, podéis leer el articulo «Japón día 7: Ceremonia del té en Kioto»

AQUÍ OS DEJAMOS LA GALERÍA DE IMÁGENES DE Pabellón Dorado y Fushimi Inari:

(fotos tamaño original)

 

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