Una vez más nos levantamos pronto por la mañana. Habíamos dormido como bebés después del ajetreado día en barco por la Maddalena. Pero para ese día teníamos planeado un fabuloso día de absoluto relax, en una playa de la bahía de Cannigione.
Desayunamos y fuimos a comprar la comida en el supermercado que teníamos cerca del camping. Después de tener todas las provisiones, incluidas las cervecitas y la bolsa de hielo, empezamos la ruta hacia la playa. Subimos por una cuesta y llegamos hasta una apeadero, del cual no teníamos ningún conocimiento. Un mirador espectacular de todo el archipiélago y de la costa de Palau. Paramos e hicimos un montón de fotos.
Después de eso, volvimos al coche y llegamos a la playa. Aparcamos en una aparcamiento no muy grande y con muy pocas sombras, las que ya, obviamente, estaban ocupadas. Seguimos a pie por un caminito de tierra hasta llegar a un chiringuito que indicaba que ya habíamos llegado a la playa.
Hacía mucho calor y nos moríamos de ganas de bañarnos, y dada la transparencia del agua, de hacer snorkel.
Caminamos un poco hacia el norte, cruzamos un pequeño paso entre unos arbustos y una gran roca que se sumergía en el agua, y nos encontramos en una pequeña playa con menos gente. Aunque la verdad sea dicha, la playa principal en si no estaba tampoco muy llena.
Tiramos las toallas. Las chicharras subían cada vez más el volumen, junto con el calor, y enseguida nos tiramos al agua.
Estaba completamente en calma. Había unas rocas gigantes a la izquierda y enfrente de nosotros, a unos cuantos metros. Con las gafas y el tubito nos sumergimos, y fue genial! Estaba lleno de erizos de mar, peces de todos los tamaños e incluso estuvimos persiguiendo a dos tímidas sepias.
Pasamos el día tumbados al sol, entre baño y baño. Estábamos prácticamente solos y la playa estaba genial, así que decidimos no movernos de allí.
Cuando el calor empezó a bajar, sobre las cinco de la tarde, decidimos volver al camping para ducharnos e ir a dar una vuelta por Palau.
Después de ducharnos, nos acercamos al pueblo y nos sentamos a tomar una cervecita en un local de vinos y cervezas con una terraza muy chula enfrente del puerto. El local se llama “Rosso & Bianco Wine bar”. Pedimos dos coronas y con ellas, nos sirvieron unas tostaditas con queso y embutido. Todo un detalle.
Nos relajamos en el sofá durante un rato, pero para cenar teníamos que trasladarnos a Cannigione, a media hora en coche.
Llegamos pronto a Cannigione, pero teníamos hambre, y nos dirigimos directamente al restaurante “Da Serafino e Iolanda” para comer las mejores hamburguesas de Sardegna.
Podéis leer todo sobre la cena en nuestro anterior post «Da Serafino e Iolanda, By Day«.
Después de cenar, el chico que nos atendió nos recomendó bajar al puerto, ya que por las noches de verano ponen un mercado de artesanos. El mercado ocupaba todo el paseo del puerto, y estaba lleno de todo tipo de artesanías. Compramos un helado y nos lo comimos mientras lo recorríamos. Nos adentramos un poco en el casco antiguo del pueblo, y nos encontramos con una bonita iglesia iluminada. Cerca de la iglesia había varios restaurantes que servían unas bandejas bien surtidas de pescado y marisco…lástima que estábamos llenos, si no…
Disfrutamos de la penúltima noche hasta casi la medianoche. La aventura llegaba a su fin, y aunque habíamos disfrutado al máximo, no queríamos volver a casa…
Galeria completa de: «Playa y relax en Cannigone«